UNA HOGUERA EN SU ALMA
LÁPIDAS Eran días donde se recordaba mucho por radio y televisión el suceso de un barco que había zarpado desde Londres rumbo a Nueva York cuya obra decían retaba a los dioses del olimpo. Pero el Titanic no pudo sobrevivir porque un simple témpano de hielo rasgó una parte de su lomo metálico y con más de dos mil almas a bordo se hundió al fondo del mar Atlántico Norte. La película fue todo un éxito de taquillas. El viejo Emeterio le había botado a la basura la cinta contentiva del filme a su hijo Jonás, pues lo sintió distraído y le atribuyó la pesadez a la estúpida peliculita. Tocaron el timbre de la casa y Jonás salió corriendo para abrir. Sonaba en la casa música de navidad que otorgaba un cálido ambiente matinal. Abrió la puerta, era un señor de aspecto encorvado y apacible, tenía cierto defecto tumoral en el rostro, solo quería un favor: —¡Por favor, sería tan amable de darme un vaso de agua! La demanda de un pobre señor que portaba un sombrero, guayabera verdosa