EL GERONTO
Nos
volvemos viejos muy pronto y sabios muy tarde; letrero
inspirado en Borges pendía a la entrada del cafetín. Nos encontramos en el
cafetín de Luciano. Están unos vendedores ambulantes dialogando sobre el
tiroteo acaecido la noche anterior. –Sí, el doctor Frank le metieron una bala
en su pierna.- Narraban con asombro. El italiano estaba presuroso atendiendo de
maravillas a unos estudiantes de la universidad, quienes planeaban alguna
manifestación en virtud de ciertas reivindicaciones colectivas. ¡Bah! Las guarimbas, pensó
vautro.
-¡Qué espanto este café
sin azúcar! Vociferó con rabia una dama que sentada estaba reunida con un
grupo, como buscando información de los hechos. Libretas de apunte, cámaras y
miradas rebusconas despuntaban. Me retiré a un rincón del local buscando
observar todo y analizar la situación.
Luciano, con premura le
trajo el azúcar a la mujer llamada Camila quien con gestos impacientes se
quejaba del servicio. Luciano Brunetti, llegó de Italia en días de post guerra.
Se afincó en zardomeda, siendo muy bien acogido por los moradores, tanto más
cuanto que, trajo y fundó la fábrica de pastas, generando gran cantidad de
empleo a la comunidad. Pero, una lóbrega mañana el viento tremolaba su vaho
flamígero al tanto que, las llamas lamieron en cenizas el recinto fabril
denominado –LUCIANO C.A-, en cuyo interior crepitaban los gritos
espeluznantes de trabajadores y su esposa, signaban una capitulación
estruendosa para el negocio. A pesar de todo, el señor Brunetti, para el
entonces, rondaba la cuarentena y varios fueron los rumores que corrieron, al
no votar lágrima alguna por su occisa y calcinada mujer, la misma que era diez
años mayor que él. Su aflicción se apuntaba más que todo por la pérdida de la
fábrica y sus fervientes empleados.
Hoy, vive con una dama
bien preservada que ejerce la vocación
de medicina. De pronto, el cafetín de Luciano, se atiborró de un grupo de
personas demandando café, sándwich, té, y su pronta atención. Evocaban semanas
anteriores cuando a orillas del cafetín apareció golpeado un anciano callejero,
que nadie pudo precisar quién y el por qué de aquel altercado. Vautro recuerda
que savater afirma en uno de sus ensayos, que, actualmente, la experiencia
vista en los adultos, es motivo de burlas, omisión y solo se trata en un asunto
de segundo plano. Los adultos son símbolo de experiencia. Pero solo se les toma
en cuenta a la hora de llevar una campaña publicitaria para lentes.
Pudo Vautro vislumbrar
desde el rincón, cierta mirada de incomodidad en Luciano, que con indiferencia
proseguía conversando con una joven en la barra. El gordo Frank irrumpe
súbitamente en el establecimiento, con su voz gruesa y carrasposa, arriba
contando con estupor lo acontecido la noche del tiroteo. Sus padres son grandes
amigos del italiano. Al narrar la anécdota, Frank se bajó del auto, a sacar
dinero del cajero automático, y de la nada aparecieron dos camionetas negras:
eran hombres trajeados en negro de mercenarios oscuros, capuchas, fusiles de
asalto, apresurados y con agresividad me mandaron a tirarme al suelo porque
iban a trabajar. Pude ver, no sin asombro en el suelo, con mi hembra de la
noche, - dijo Frank-; con unas largas
cadenas tiraban sus vehículos y sacaron el cajero entero con todo el botín. Uno
de los villanos me tenía su bota montada en la cabeza. Pensé en mis padres, y,
como andaba pasado de tragos le comenté al pillastre: - Tu gran pata debes montársela al cajero, no a mí-. Pero al instante,
el maquiavélico montó en cólera disparando ráfagas por todos lados cuyas
repeticiones ensordecedoras marearon e hicieron llorar a Jenny, mi compañera
nocturna. Me mandó a levantar y me dijo: - Oye qué razonable eres gordito-,
gracias por la conseja. Toma mi recuerdo pa’ que nunca me olvides…cabrooooon!
Booomm… sentí algo
caliente en mi pierna, cayendo al suelo y Jenny se me abalanzó en el pecho
afirmándome que me habían zampado una bala en la pierna derecha. Abrí los ojos
y solo recuerdo la humareda por todas partes y un charco de sangre a mi costado. ¡Malditos! Susurré.
En el relato muchos
guardaban silencio. Un señor que portaba una franelita roja del che afirmó que
eso era culpa de las peliculitas yanquis que inspiraban a los excluidos en
tomar las armas para cometer fechorías. ¡Cállate vendido de rentas miserables!
Viejo loco, cabrón de puta madre; gritaron dos señoras que escuchaban el
asunto. El reconocido periodista de zardomeda, Marvin, observaba con
detenimiento la situación. Fue un alborozo de gritas e insultos cuando el
grupúsculo del Psuv llegó al cafetín. Otros se sumaron a la tertulia,
sosteniendo con rigor que, ningún pobre filibustero podría andar por ahí con
fusiles y ametralladoras llevándose cajeros.
Por fin atendió Luciano
a las señoras que demandaban el té, café y sándwich. Volví a mirar en el
italiano un dejo más evidente, gestual de rotundo desprecio por las viejas que
pedían ser atendidas. Les dio la espalda
luego de ponerles en la mesa lo pedido. Una muchacha que estaba a mi lado,
también quedó sorprendida porque don Luciano siempre le atendía de mil
maravillas y amapuches.
La última ráfaga,
-prosiguió Frank con su historia-, vi una lejana luz y se trataba de una
patrulla de policía que al oír las detonaciones restallantes, acudieron al lugar de los hechos. Aunque
fueron vapuleados al no tener capacidad suficiente en armería para confrontar a
los baquianos nocturnos, los que al divisar la patrulla, se posaron como santos
malditos en el medio de la calle, y descargaron su vendaval de ametralladoras
contra la patrulla, los que, inútiles, y asustados, tuvieron que retroceder con
tan cargados fusiles en contra. ¡Malditos cobardes! Pudo Frank escuchar que
vociferó uno de los bandidos al darse cuenta que los gendarmes se les fueron
corriendo.
Al lado del cafetín
Luciano, hay una casa de dos plantas, jardín, flores y una fuente dan un aire
meditativo a la estancia donde mora una señora septuagenaria que sobrevive de
vender productos y tejer hamacas. Vautro se retira del cafetín, sentado en una
estatua del procerato mayor, cavilaba sobre su gris situación financiera. Me encontrara un mecenas que me
financiera mi pasaje aéreo hasta parís o Londres. Deseos primigenios del hombre
que detestaba la provincia. La mañana siguiente, cunde un alboroto en la
esquina del cafetín Luciano. Estaba cerrado y nadie sabía el paradero del
italiano.
La vecina del cafetín,
llamada Anastasia, tendida en una cama del hospital, cuenta a los periodistas
que un hombre horrido y bestial, entró a gatas a su habitación; gritándole que
iba a practicar yudo toda la noche, y que, ella era su pera. Fue una serenata
de golpes y patadas al pecho, abdomen y cara, pómulos hinchados que en medio de
la paliza, solo recuerda al iracundo y siniestro hombre corpulento, quien con
acento difuso, le decía que se defendiera. Ella solo pedía compasión mientras
el maligno la pateaba por todas partes, pero hijos- susurraba la vieja- es que
no tuvo clemencia el desgraciado y loco ser, pateándome como un campeón hasta
la hizo irse en mierda.
El macabro individuo, la cargó con una fuerza colosal y
la zumbaba contra paredes y la lanzaba a contra las mesas. La habitación quedó
pestífera a excretas y de sangre con cabellos diseminados por todas partes. Yo
no le hice nada a nadie. Sobrevivió la ancianita, y culminaba la septuagenaria
Anastasia inquiriendo, echada en la camilla, demacrada imploraba justicia.
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