Viaje al Fin de la Nostalgia






I
Antes de tocarle la puerta recordé a Borges: “la realidad está a destiempo”. ¡Serafino! ¡Serafino! No respondía, decidí empujar la puerta de su cuarto. Allí estaba, pero esta vez no lo vi como de costumbre escarbando su clóset, estaba colgado de un mecate sobre la alcayata de la pared, pendía cual guirnalda funesta cuyo mensaje matutino era contrario a la vida.

-¡Carajo! –Me dije-
-Ahora, ¿qué hago con esta cosa? Mi corazón temblaba-
Este asunto de los ahorcados anda de moda y déjenme decirles que nada agradable resulta, nada resuelve. Kierkegard hacía reír a sus interlocutores y al llegar a casa pensaba en el suicidio.
-Bueno- pensé-, debo llamar a su familia, a sus hijos, amantes… qué se yo.

Serafino tiene una agenda sobre la mesita de noche. La agarré. Pero, sin recordar aquello de la dactiloscopia seguí buscando y buscando algo que dijese: querida, amigos, mujer, hijos, hija. Solo estaba escrita una imprecación como apuntada por un pulso trémulo que afirmaba:-maldito seas Alberto-. Así mismo conseguí un ramillete de saldos, créditos, cuentas por pagar o por cobrar. En eso, alguien tocó la puerta, la tasita de café se me derramó sobre la libreta de notas. Alter ego me decía: has algo, rápido, muévete o muévelo de aquí como sea. Pero, ¿adónde me llevo este paquete? Esperé unos minutos que ya nadie tocara. 
Envolví entre sábanas el paquetico mortuorio y me vino a la cabeza la posada que frecuenta por las noches el viejo Serafino. Manos a la obra. -Dije asustadizo-
La noche anterior Serafino visitó la posada, esperó que segunda atendiera el cuerpo de un elegante forajido que andaba de paso por el lugar. Me dijeron que segunda vio al caballo de hombre parado en la puerta de la habitación, era alto, trajeado de lino y portaba enseres personales lujosos. La partida de dominó estaba prendida; en el cotorreo estaban Santiago Nassar, Gregorio Samsa, Jonás Fruto y Gualterio Garmendi. Arengaban a Serafino para que entrase a divertirse en el cuarto con la chiquilla de tez morena llamada Segunda.

-¡Dale pues, Serafino! Anda, entra con ella para que hagas como los conejitos un rato         –le dijo Gregorio Samsa- que esa noche cargaba un traje de insecto de grillo vulgar o algo por el estilo.
-¿Cuánto cobra?
-Barato, dos mil por cada suspiro blanco – respondió Santiago Nasar- quien cercenaba una manzana con un filoso cuchillo. La partida estaba trancada.
-Mira, Jonás, ¿y ese afiche de shakira?
-Se lo traje a segunda que quiere quitar el de Gardel que desde hace años está guindado en la cabaña donde presta servicios al cuerpo del que llegue. Tomaban Cuba libre y al fondo de la sala, trinaba en un radio Sombras Nada Más de Javier Solís. A lo largo del pasillo se tropezaban voces ir y venir, entrar y salir. Hay murmullos dispersos al aire.
-Está buena la clientela esta noche, a pesar de ser jueves o viernes chiquito- dijo Santiago-
-De pronto se incorporó Serafino de la zumba que le hacían sus amigos o conocidos, quien sabe. Los que pierden la partida se ven obligados a tomarse la cuba libre a fondo blanco.
-Gregorio se ve ridículo con ese traje de grillo, pero, miren no más, dice que hoy visitó una jaula, que se sentía raro cuando despertó y que…

-Bueno, caballeros – interrumpió Gregorio Samsa- espero que mañana cuando el alba asome sus pies me haga Venezolano en vez de insecto.
-Que va viejo, aquí ya es suficiente de vainas raras como estas- infiere Gualterio quien afirmó que esta mañana miró en la entrada de su habitación un caballo gigante como salido de la mitología nórdica o robado de un cuento.
-Dale Jonás, échanos unos de tus versitos pero ya- Dijo en tono burlesco Serafino- levantando su copa de ron a fondo blanco perdiendo la partida otrora.

-Toma éste pues: “tú dices que me quisiste pero que ya no me quieres, a quien le toca el bagazo cuando la caña se muele”.
Ja, ja, ja… -rieron todos- tú si eres copista chamo, esos versos son de Ernesto Luis, no tuyos  -vociferó Santiago-
La ebriedad cobró resonancia procaz y ya la intensión de cualquier laconismo iba cargado de dobles sentidos. Te voy a decir algo Serafino- insistió Jonás tambaleándose.
-Tú en tus negocios, billetes y muchos ceros en las cuentas, apartamentos, y por algún tiempo a tu esposa olvidaste, al final, todo lo que tenemos son vicios y virtudes, lo demás no tendrá espacio en tu tumba. Ni los cachos, porque yo, Serafino, me tiré a tu mujer.

La diminuta expectación de jugadores de dominó guardó silencio sin imaginar la fila de varones que deambulaban por las habitaciones traseras de la posada, no solamente segunda, existe una vergüenza que será motivo suficiente para pensar en el cuchillo lacerando la vena principal que corre por el cuello, aunque Serafino prefirió la soga.

-Si, nojoda, sangrón  yo estuve en tu cama, me cogí a tu mujer y qué pues- manifestó Jonás como si esperó el momento oportuno.
-Ah, no te preocupes Jonás, no te preocupes. Eso no es nada, yo me cogí a tu mamá. Ja, ja, ja.

Con esta clase amistosa empecé a recordar calladamente a Vargas Vila: ¿Amigos? ¡Falsos! No hay amigos. Todo cambia con los giros que da la situación.
En eso Jonás se levantó como una pantera. Así es la vaina, si supieras las andanzas de tu querido hijo, que buen partido la loca esa…mejor nos caemos a trompadas.
Pero en eso, Santiago Nasar intervino. Mejor siéntate Jonás, es mejor antes que ocurra algo peor. Sé que el desdichado sangrón debe portar un arma escondida. Yo creo que son cosas o inventos de Serafino para sacarte de tus cabales. ¿Inventos? ¿Quieren saber más de doña Carmen? Hum hum hum. Rió sardónicamente.

II
Serafino, - dijo Gregorio Samsa- por qué mejor no te vas a divertir con Segunda, que ya a esta hora debe estar solitaria con sus piernas abiertas dispuestas a tragarse el universo.

-Sería buena idea. Respondió-. Todos en la mesa se mostraron reverenciales con Serafino en una especie de complicidad siniestra. Segunda, desde la puerta de una habitación le hacía señas.
¡Hay! morenita, carne fresca pa’ este perro viejo que ya ni ladra ni muerde. Dije al insecto de Gregorio mientras empecé a caminar hacia la nena. Jonás me miró con odio de tripas. Me adentré por todo el pasillo de la posada, una pequeña fuente manaba el murmullo envolvente del agua que corre, botellas tiradas en la gramita, también un grafiti escrito en la pared que dice: -la vida es un hospital donde cada enfermo está poseído por el deseo de cambiar de cama-. ¡Vaya menuda verdad! Una cama, una cama. Pero al instante divisé una puerta entrejunta, zapatos y medias esparcidas al igual que ropa intima. A gatas, me llegué buscando esa contemplación que muchos pregonan. Aj, aj, ah, ah, son gemidos y gemidos que oigo acompañando la función, pensando que la creación es la génesis distante de costillas hebreas. Cuando me asomé, veo espaldas fornidas abrazadas, mandando caderazos con placidez epicúrea.

-Rico, rico, rico. ¡Te duele! ¡Ah! ¡Te duele Albertico!- Dijo una voz gruesa-.
-Dime pues, dime…no, no, “dale duro que estas cogiendo un hombre”, susurró al fin la voz de quien me hizo esto, a quien dediqué mis ahorros para formarlo y miren que mi hijo Alberto en la voltereta cojitranca dónde lo vine a encontrar. Corrí, corrí como nunca, salí corriendo de la posada, gritaba:-Maldito seas, maldito mil veces lo único que me queda y como me pagas. Maldita la edad donde muere la inocencia y escrutamos el fondo de las cosas. Fue lo último que pensé cuando llegué ebrio y entré enfurecido de languidez encontrada a mi cuarto para tomar mi determinación final, de dar el salto del viaje al fin de la nostalgia.

Como dije, manos a la obra. Al final de tantos todos nadie es nada, señora igualdad. Los que están con todos no están contigo. Serafino supo siempre que no sabemos vivir sin el rencor y la venganza. Después de envolver su cuerpo, lo metí amarrado y sellado en una nevera, la mandé a la posada envuelto de regalo decembrino. Allí lo recibió Jonás Fruto. Agarré el cuerpo, sin más ni menos, lo detallé con odio y tristeza, puesto que se me hace impreciso saber si este cuerpito exánime hizo la copula con mi madre. Ya es navidad, en la entrada los guardias pensaron que San Nicolás empezó sus regalitos. No hubo raqueteo.
Segunda, bajó el afiche de Gardel y yo subí el de shakira. Tras el mismo, abrí en la pared el nicho donde sellé por siempre el cuerpo bastardo de Serafino y puse la imagen de la exuberante colombiana. Esa noche en la partida de Dominó  pregunté:
¡Qué clase de vida lleva un hombre para no ser llorado el día de su entierro! Jonás salió a comprar cohetes.

  

Comentarios

  1. desde el principio de jala a kerer saber mas, eljuego de los chikos y las burla entre ellos termina seindo un engranaje perfect en la hisoria, el final es digno de corto de horror, me parece una buena historia. la vida tiene reveses y algunos son inimaginables...buna tio

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