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Mostrando entradas de mayo, 2020

FEBRERO NEGRO

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FEBRERO NEGRO I Don Antonio Morán había llegado desde Colombia una mañana cargada de un sol vaporoso. Trajo consigo una maleta repleta de enseres y dulces para sus nietos dar; estuvo pensando reunir a toda la familia para darles la noticia de su nuevo ascenso en la embajada. Sin embargo, quiso ir primero a la hacienda, se dirigió al garaje, sacó las llaves del jeep, se montó y lo encenció. Su esposa se quedó en casa organizando la comida como los preparativos preliminares para congregar la parentela de renombre en el pueblo por haber llevado el primer carro a la comunidad en el año mil novecientos trenta y cinco. La señora de la casa sintió emociones encontradizas porque entendió bien que su marido iría en busca de destinos diplomáticos favorables a la familia. Cuando don Antonio se apeó del jeep, divisó ciertos sujetos dentro de la hacienda que se encontraban quemando unos robles que él mismo había dejado meses antes para hacer a sus nietos una casa pequeña en la

LACRIMOSA

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LACRIMOSA Es fácil mandar entre inertes. Hay desvanecimiento. Hay poco tiempo para entregar el himno: ––¡Profesor! Le doy 24 horas ––me ordenó el presidente––. En el salón esos muchachos estaban pálidos con sus ropas raídas, sin cepillarse, malolientes.  ––¡Vamos! Hoy es un nuevo amanecer ––dije entrando al salón––. Os enseñaré a tocar cosas nuevas, muchachos. Mi opción fue tocar un popurrí: Wagner, Mozart y Beethoven. Lo logramos en una hora. Hicimos una grabación. La mandamos vía email a la dependencia presidencial. Pronto respondieron: ––Pero, qué les pasa a los muchachos ––dijo la secretaria cuando llamó. ¿acaso piensa usted, director, que con esta música de muertos tendremos el nuevo himno de MORGAN? Pues, no y no. Mueva sus muchachos. El presidente preguntó que si eran todos mongólicos. Quería un himno igual para todos. ¡Sigan trabajando! Son 13 los compañeros de la muerte y 13 son las leyes de M. La iglesia decretó que todos lleven la misma firma al nacer y morir

CEGUERA

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1961 Lo había pensado en aquella semana siempre conociendo la hora en que llegaba borracho y se acostaba en la hamaca. ¡Es hora! Ese maldito fue quien le disparó a mi padre —se decía Abel—. ¡Hazlo! El jefe de la hacienda llegó eructando con botella en mano, lanzando tiros al aire. Nunca le tembló el pulso para alar el gatillo. Se iba rayando con una navaja el pecho, unas ochenta y tres llevaba marcadas, eran los que había matado en sus sesenta años de vida. Roncaba en la hamaca. Abel se decidió. A media noche, se acercó a la hamaca, colocó la punta del báculo en la sien del temible Rafael Ángel Felizola: ¡Boom! Fue toda una novedad que Abel contó años después con orgullo. 1997 Estaban en un remate de caballo. Alí Can de fondo relatando el clásico Simón Bolívar. Merodeaba en el establecimiento un familiar del difunto Felizola apostando al Gran Sol que esa temporada ganó el afamado clásico. Abelito contó a un grupo de bebedores la hazaña de su padre que años antes le voló l