FEBRERO NEGRO



FEBRERO NEGRO




I

Don Antonio Morán había llegado desde Colombia una mañana cargada de un sol vaporoso. Trajo consigo una maleta repleta de enseres y dulces para sus nietos dar; estuvo pensando reunir a toda la familia para darles la noticia de su nuevo ascenso en la embajada. Sin embargo, quiso ir primero a la hacienda, se dirigió al garaje, sacó las llaves del jeep, se montó y lo encenció. Su esposa se quedó en casa organizando la comida como los preparativos preliminares para congregar la parentela de renombre en el pueblo por haber llevado el primer carro a la comunidad en el año mil novecientos trenta y cinco. La señora de la casa sintió emociones encontradizas porque entendió bien que su marido iría en busca de destinos diplomáticos favorables a la familia.

Cuando don Antonio se apeó del jeep, divisó ciertos sujetos dentro de la hacienda que se encontraban quemando unos robles que él mismo había dejado meses antes para hacer a sus nietos una casa pequeña en la cima de un árbol de la Estancia.

––¿Qué carajo hacen ustedes aquí?––El rostro de don Antonio se crispó.
Pronto se acercó un guachimán cuyo rostro fiero le causó repugnancia de nunca haberlo visto. Su aura inspiraba desprecio y rencillas.

––¡Ya dejen esos troncos, carajo!––Exclamó Antonio, huraño––. Salgan ahora mismo de mi hacienda, o los saco a palos con la policía. Yo soy el Juez de este Municipio, les recuerdo. Gandules.

El rostro de don Antonio Morán era un tomate con dos puntos oscuros apunto de estallar que eran sus ojos.

––Hea, viejito––habló el sujeto de cara fiera, cuya ropa raída daba un aspecto de guerrillero––. ja, ja, qué se ha creído usted, ya hemos...

Se volvió a montar en el jeep, y en quince minutos arribó a la comandancia Municipal y regresó con prontitud al Araguaney, su hacienda, con unos siete oficiales prestos a sacar a los invasores de la finca. A la entrada continuaba el mismo sujeto de aspecto harapiento, mascando chimó con desdén, recostado de un árbol de mangos. Nunca pudo imaginar lo que en realidad suceció con su propiedad.

Quiso entrar a la fuerza; de repente el harapiento se les acercó con un sobre en la mano:

––¡Ábranlo y lean, señores––les dijo fríamente.
       
«Título de Propiedad
-Notaría IV, Municipio Zardómeda.
-Comprador: Sebastián Miroquesada.
-Vendedor: Lisandro Morán.»


Cuando el centinela de los nuevos Propietarios mostró el Documento, Don Antonio Morán sintió un punzazo en el pecho, de esos baldazos fríos que decepcionan y tumban el alma, su semblante se opacó tomando la palidez de un cadáver. Adolorido y apenado pronto dedujo que mientras estuvo en Colombia su propio hijo le había vendido la hacienda falseando documentación. Dejó los gendarmes en la comisaría y se marchó a su casa.

Eran las seis treinta de la mañana siguiente cuando su yerna llamada Amalia Alvarado le fué a tocar la puerta para lo de siempre:

––Buenos días, don Antonio––dijo Amalia en voz queda––, levántese a tomar el café caliente. Hoy vienen todos a almorzar, le recuerdo...tenga.

Fueron varios los toques con las yemas de los dedos y el viejo nada que salía. Siguió tocando, lo llamó insistente y extrañada: ––Don Antonio, el café para...

Empujó con los dedos la puerta. Echó ojos dentro y la hamaca estaba vacía: ––¡Qué extraño!––se dijo Amalia.

Se metió al cuarto, había en la mesita de noche un sobre con papeles despatarrados, los lentes sobre ellos. Hedor a caña. La vitrola sonaba a muy tenue volumen con un tema de voces corales venidas de otras fronteras. Entornó sus ojos al lado de la puerta y lo vió. El espanto la cogió del alma, Amalia lo miró por última vez, pendiendo de la pared, estaba colgado de un mecate. Ojos desorbitados, lengua pendiendo y babosa con un chorro blanco, sus brazos eran racimos de paja inerte al igual que sus pies. Estaba morado, había quedado a unos veinte centímetros del suelo, pendiendo, con un levísimo balanceo, indicando que había sido mientras Amalia hacía el café.

En el pueblo la novedad corrió como agua bajo los puentes luego de que Amalia con el gran susto salió corriendo de la casa a contarle a su vecina que había encontrado ahorcado a su suegro Antonio Morán. Los cafetines y la plaza se colmaron con la noticia.



II


Años después, Lisandro Morán había contraído nupcias con una noble señora que se dedicaba a tejer y vender leche en tobos a la comunidad. Lisandro llevó una vida modesta y bohemia, haciendo un viaje en barco hasta Nueva York, se dedicó a comprar y vender mautes y toros que le había escondido a su padre en otra hacienda, pensando en su futuro sin valer los otros tres hermanos. Nació su hijo Leitha, amable, bondadoso, aventurero y romántico. Se le veía en una tumbona leyendo a Rimbaud durante semanas, y se le acercaban sólo a entregarle cuentas de sus negocios y para obsequiarles frutas que les mandaban los adulones sin atributos del poblado en busca de indulgencia; le gustaba mucho el verso: las uvas del tiempo:

Madre, esta noche se nos muere un año; 
todos estos señores tienen su madre cerca,


Pronto le llegaron a Leitha los hijos y los nietos al don le hicieron olvidar un poco el ahorcamiento de su padre don Antonio. Gozaban bienaventuranza hereditaria para el buen vivir. Sin embargo, al universo nadie lo engaña ni burla, pero seguía recitando el verso de Andrés Eloy por muchos años a sus hijos. Crecieron todos ellos y a la ciudad se fueron, llenos de recuerdos, repletos de lejanías internas que chispean los ojos cuando la vida se lleva lo amado. Y continuaba con el verso de las uvas: y al lado mío mi tristeza muda, tiene el dolor de una muchacha muerta...Y vino toda la acidez del mundo.

Fue la madrugada de un Catorce de Febrero, festividad benigna en que todos celebran el día de la boca que besa y la que se deja besar. Todos dormían en la quinta, arrebujados en sus sábanas; algo tuvo que haber pasado con el karma deudor de Lisandro Morán  cuyo hijo Leitha le dió por dar volandas sobre los pasillos de la casa, primero arriba, quizás su nivel conciente pasó de estado alfa a estado beta por sus preocupaciones. Sólo desfilaba en los pasillos oscuros de la quinta, un sujeto descamisado, colmado de un llanto insepulto que los expertos en mente llaman depresión, Leitha, hijo de Lisandro el falseador de documentos, hurtador de toros y novillas; se había licenciado en psicología, pero no le sirvió, caso contrario prefirió el cuchillo a media noche, se metió en los cuartos. Pisadas sumisas, corazón batiente, lágrimas, nebulosa cognitiva... no soy yo, no eres tú, no sé qué siento ni pasa por mi cabeza:

Se metió al primer cuarto: ––¡Up! ¡Up!––sintieron el punzazo en las entrañas. Sábanas mojadas de un rojo intenso y pegajoso. ...¡Ay!...¿Por qué me matas así?

El padre: cuello, pecho, abdómen, lasceraciones contundentes. La madre lo mismo:

––¡Up! ¡Up!¿Quién eres tú, infernal? Algo pasa, algo pasó aquí esta noche de Febrero catorce. ¿Me aman?.. ¡Yo no hice nada! Degollamiento. Tetas viejas cercenadas. Chorros sangrientos en toda la casa como estela de un barco enardecido de ira:––¡Up!––gimieron––, ¿qué ocurrió aquí?... ¿por qué me apuñalas así?... Eran los hijos.


PRENSA: Cuádruple Homicidio en la Quinta "ARAGUANEY". Cabo suelto del psicólogo que ultimó a toda su familia. Pero a cupido los alguaciles le hicieron una última pregunta: ––¿Por qué no mataste a tu hijastra?––Se encongió de hombros:––vainas de la vida, yo no sé lo que pasó––Confesó finalmente entre las rejas.

Los agentes policiales pidieron Estados Financieros al Banco. Leitha Morán, Banco Británico de la Nación: 375.000 $. Póliza de Seguro Canarias: 170.000$

Sólo hallaron una copia de boleto aéreo de la resiente mujer, Maribel Morán. El boleto había sido adquirido en diciembre del año precedente, Bogotá- Colombia, decía. La mujer nunca fue llamada a declarar y su hija había salido ilesa de aquellos brutales asesinatos donde se procesó a su esposo Leitha. Los vecinos dijeron que había sido parte de un crimen organizado, era imposible que Leitha hubiera matado a sus padres e hijos, y sólo dejase viva a la hijastra de su reciente esposita: "Cangrejo a la vista", dijeron los de la Prensa.

 Leitha Morán Terminó canturreando tras las rejas semanas después de las muertes :

...a destilar sus doce gotas trémulas,
cuando cayeron sobre mi silencio
las doce uvas de la Noche Vieja


                                                                            Por: Vautrin. 

Comentarios

  1. Hola Vautrin soy Verónica Martín- Pinillos la del relato de "Bastones". Me ha gustado mucho tu relato. Es la venganza o el karma cómo se dice ahora del pasado que vuelve a Lisandro en forma de Leitha. No mata a la hijastra porque no pertenece a la sangre corrompida por el padre. Yo quitaría el que haya estudiado psicología, no aporta y al revés te despista de la trama. Creo que de todas formas al igual que en el rato de la Convocatoria de historias de la calle haces al mismo tiempo una crítica social en este caso. Corrige la palabra "yerna". En español es nuera. También hay una frase " y se le acercaban sólo a entregarles .." No se distingue bien a quienes le realizan la acción ya que como sujeto aparece sólo Leitha. No conocía los versos de Andrés Eloy y me ha encantado buscarlos y leer el poema. Creo que él mató a los que llevaban la sangre de Lisandro en ellos. Sí que me quedo con la duda con respecto la relación de Leitha con la madre ya que él la llama a través de los versos y sin embargo la mata. Te felicito por el relato. Seguiré leyendo más encantada. Un abrazo

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    1. Hola amiga Verónica. Gracias por comentar, Febrero Negro es una novela de trama y sub trama. Esto es un breve Relato de ese suceso acaecido en la vida real. Claro que debo quitar allí algo que deja un resquicio de ingenuidad. Espero sigas leyendo. Un abrazo.

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