CEGUERA






1961

Lo había pensado en aquella semana siempre conociendo la hora en que llegaba borracho y se acostaba en la hamaca. ¡Es hora! Ese maldito fue quien le disparó a mi padre —se decía Abel—. ¡Hazlo! El jefe de la hacienda llegó eructando con botella en mano, lanzando tiros al aire. Nunca le tembló el pulso para alar el gatillo. Se iba rayando con una navaja el pecho, unas ochenta y tres llevaba marcadas, eran los que había matado en sus sesenta años de vida. Roncaba en la hamaca. Abel se decidió. A media noche, se acercó a la hamaca, colocó la punta del báculo en la sien del temible Rafael Ángel Felizola: ¡Boom! Fue toda una novedad que Abel contó años después con orgullo.


1997

Estaban en un remate de caballo. Alí Can de fondo relatando el clásico Simón Bolívar. Merodeaba en el establecimiento un familiar del difunto Felizola apostando al Gran Sol que esa temporada ganó el afamado clásico. Abelito contó a un grupo de bebedores la hazaña de su padre que años antes le voló la tapa de los sesos al viejo Felizola: vengo de parientes que tienen los cojones bien puestos, mi papá fue el que una noche mató al viejo Felizola que era bien malo.

Los oyentes se reían con el asunto, unos, le daban palmadas al hombro: bravo, Abelito, hombres como tu padre no volverán. Había quienes alzaban sus copas brindando en nombre del viejo Abel sin percatarse que un doliente del difunto estaba oyendo recostado desde un pilar del local.

—Así es la cosa.

Los jodedores miraron al pilar. Un sujeto de rostro enrojecido con una cicatriz que le cruzaba la cara se metió una mano al cinto.

—Aunque tú eres hijo del viejo Abel —prosiguió— pues, lo felicito. Que le vaya bien y me lo saluda en el cielo. Rafael Ángel es mi padre y voy a saldar esa culebra.

—¡Cuidado, Abelito! —Gritaron entre gacetas y botellas que llovieron al aire.

El hombre desenvainó. Revólver 38. Dos disparos, tres disparos. Abel brincó como pantera sobre mesas mientras la gente perpleja lo empujaba, fue una sola bala que le atravesó su muslo derecho. Alguien se lanzó contra el pistolero enardecido: ¿Es que estás loco? Ese problema ya pasó, Felizola. Déjaselo a dios —le dijeron.

—Dios es bueno, pero tarda mucho —respondió Felizola hijo de forma seca mirando a la esquina donde Abel cojeaba de una pierna.

—Pa’ que aprenda a respetar, nojó —vociferó nuevamente–. Es hijo del que mató a mi padre. Tengo
que matarlo también. Así quedamos a mano. Emparejar las cosas es mi justicia. Soy un abogado equitativo.

2005

En el barrio Caraquitas hay un bar-pool renombrado donde las riñas de gallo, los dados, las cartas y el hipismo llevan el Rankin en asedio de jueves a domingo. Esa tarde Abelito se había llevado a su hija menor para distraerla en el lugar. Nunca la deja suelta ni un instante. Una infanta de ocho años. Su concubina lo había amenazado con denunciarlo por llevarse a la púber a ese antro de mote prostibulario. Salieron del lugar. Iban en una moto vera, Adrianita se aferraba a la espalda de su padre quien se había tomado unos tragos. Ganó en la apuesta de dados y llevaba en el bolso comida para la casa. De pronto, en una curva de la loma alcatraz (zona alta y boscosa) se interpuso en la vía otra motocicleta haciendo difícil maniobrar. Impactaron de frente y salieron volando por los aires: –ay, papi, duele –gimió Adrianita.

Quedaron atónitos con los golpes. Pero Abel, extrañamente seguía sintiendo patadas, golpes, cachazos, empujones con improperios. Se sentía algo más atolondrado con el impacto más con los tragos quedó conmocionado.

—¡Mal nacido! Pa que aprendas a respetar a le gente que tienen cojones. ¡Basura! ¡Hijo de asesino!

—Suéltalo, no le hagas daño a mi papi. ¡No!

Las bolsas quedaron esparcidas en la carretera. Unos mirones, desde un kiosco vislumbraron perplejos la paliza. Un vehículo camioneta estaba aparcado cerca del lugar. Alguien andaba buscando al señor Abel.

—Cállate, mocosa.

La bestia levantó a la niña por los cabellos zarandeándola sin piedad. Adrianita quedó arrodillada en el pavimento cuyas manos llevó a su rostro de impotencia llorando las debacles del destino. No lo comprendía. Estaba destrozada, su padre, Abel, se retorcía de dolor en medio de la carretera. La infanta vio al hombre maldito montarse en una camioneta que de la nada llegó al lugar y se lo llevó.

BOLETA DE NOTIFICACIÓN
A la ciudadana: Fiscal del Ministerio Público Mitzaida Flavia Malandra, que este Tribunal de Control convoca audiencia oral para el día 22/11/2005, a las 9:00 am, en asunto N-JP20-2005-00009-39, seguido en contra del ciudadano: ABEL JACINTO MIRABAL, por la comisión del delito: ROBO DE VEHÍCULO AUTOMOTOR Y AGRESIÓN CONTRA LAS PERSONAS.


Llegó el día de la presentación.

—Exponga los hechos –Dijo la fiscal Flavia Malandra.

«Voy en la moto con mi hija, para mi casa, cuando viré por la curva del cerro alcatraz, cerca del kiosco don Juan, se interpuso en mi camino otra moto a gran velocidad, mi hija gritó y salió volando. Yo impacté contra el cuerpo de alguien. Nos raspamos y aporreamos fuerte. Entonces, él —señaló a Felizola— se bajó de la moto y comenzó a golpearnos, me pateó el abdomen, la cara, me daba palazos contundentes en las costillas. A mi hija cogió por los cabellos y la levantó de maldita mocosa y demás. Él es quien distribuye la droga por el barrio. Se me vino encima como si tengo culpa de que su padre Felizola causó muchas muertes en los años sesenta, mi padre lo mató bien matao. Yo no tengo culpa de ello».

La fiscal preguntó a Felizola:

—Usted dijo en la primera audiencia que el culpable venía con la niña en la moto. ¿Verdad?

—No sé si venía con la niña, yo no la vi.

—¿Se encuentra usted bajo una medida cautelar sustitutiva de libertad?

—Sí.

—¿Qué delito se le imputó?

—Porte de arma.

—Porte ilícito –corrigió la fiscal Flavia.

—Bueno, así dicen.

—¿Algún otro delito?

—No.

—Homicidio intencional, según expediente adjunto al tribunal –recordó la fiscal.

—Ah, fue en defensa propia. Ya pagué por ese. Qué tanto recuerda pendejadas.


Por último, la fiscal le preguntó a Felizola que si admitía los hechos y éste los negó con un rotundo no: es que yo andaba en una camioneta, entonces cómo me vio en una moto, doctora. No y no.

Llegó la noche: ¡Up! ¡Zuas! ¿Por qué haces esto? —Susurraron desde la cama—. ¿Por qué me matas así? ¿Quién eres? ¿Qué te hice?

Prensa-Lea: Asesinaron al fiscal de control nº13 en su residencia. Fuentes judiciales informaron que la Fiscal Mitzaida Flavia Malandra estaba por irse de vacaciones y que llevaba recientemente un caso de hurto de vehículo con violencia contra personas. Estaba a punto de sentenciar. No descartan cualquier hipótesis, manifestaron de forma extraoficial que seguirán revisando los casos que llevaba la fiscal actualmente en su despacho, en especial uno que estaba por concluir.

Estas versiones de los hechos son tan antiguas como vigentes y hay quienes sostienen que para llegar a ser juez de un lugar sería deseable pasar antes por una prueba rigurosa con electroencefalograma. Quizás sea para ver con qué estimulo trabajan más algunas regiones del cerebro. No es igual el cerebro de un jugador de ajedrez que trabaja en un supermercado, al cerebro de un asesino que desde diferentes partes y hasta revestido de etiquetas da órdenes en un partido en nombre de amparo, luz y libertad.


2015

Sala penal del Tribunal: Éste honorable Tribunal pone en tela de juicio los crímenes acontecidos desde el año 1958 hasta 1998 para constatar con la veracidad judicial sobre quiénes son los que van a ser severamente procesados.

—¡Oh! ¿Dónde se metió dios? —se preguntaba la médica forense que había sido notificada a declarar.

Fue esbozado por el juez un concierto de recriminaciones ya que a la forense le habían designado varios casos a estudiar en el laboratorio, por ejemplo: la masacre de cantaura ocurrida en el año 1982. La forense desistió del caso ya que no encontró evidencias suficientes cuando practicaron las exhumaciones de varios cuerpos en el cementerio. El ministerio público le exigía hallar rastros para entablar un nuevo juicio por la matanza de aquellos estudiantes:

—Pero, bueno, señor juez —dijo la forense— eran estudiantes ilusos de izquierda que fueron llevados a la zona de cantaura para y por la lucha armada. ¿Cómo se sostuvo la guerra armada? ¿No fue de los secuestros y actos ilícitos que vivieron? De todas formas, tenemos con vigencia casos como, la masacre de la candelaria o el coche bomba de Danilo. ¿Por qué no me asignan uno de esos casos? También hay un caso donde usted estuvo señalado, señor juez.

—¿Cuál caso me señala? –espetó el juez.

—El caso de Mitzaida Flavia Malandra. La acribillaron a tiros en su propia residencia, ¿se le olvidó?

—Ah, bueno. Cómo se le ocurre. Ella hizo falsas acusaciones a personas inocentes. Constatamos que unos mercenarios fueron contratados para ese deleznable crimen. Ya la justicia habló –culminó el juez.


«Radio informa: En horas de esta mañana mientras el Tribunal dictaba sentencias se fugó de la cárcel Abel Jacinto Mirabal, procesado por el Tribunal nº13 hace cuarenta años por la comisión de delitos que estaban por instaurarse en el nuevo orden local. Los exégetas del código penal no lo sabían».


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