AMORES SIN AMOR




Hasta que por fin Nebira tuvo que casarse, porque presurosa a los treinta, ya estaba asustada creyendo que podría quedarse sola. Encontró lo que muchas agradan. El denominador servicial, que sería incapaz de romper el sacramento matrimonial. En la cola del mercado, la turba del tugurio comprando, el marido, Desiderio, mientras cancelaba oyó un siseo y al percatarse solo atisbó un vago celaje de algún mirón. Sonaron ciertos murmullos al dar la espalda. Unos carajitos correteaban al relajo con su alborozo de gritas: “La bombera… la bombera”; coreaban los púberes.

Nebira era maestra, se encargaba de organizar los eventos culturales, donde siempre salía airosa de elogios. El marido la adorada, aunque ella era un poco fría y equidistante. Venía de varios fracasos maritales, pero su molde griego era el único que Desiderio había palpado en sus cuarenta años; quien era un académico latoso, atiborrado de títulos y estudios en renombradas universidades. (Los preferidos por el tumulto). Los libros académicos eran las señeras piernas que se le abrieron por largos años. Nebira era alegre y siempre dispuesta a las celebraciones.

 Comenzaron los líos. Cerraron la empresa donde gerenciaba el respetuoso Desiderio, quien hizo varios contactos que lo animaban a frecuentar prostíbulos. Pero, el mismo se rehusaba por su infranqueable amor al matrimonio y más aún, con dos hijos que cuidar y mostrar lealtad.  Nebira fue elegida para dirigir un viaje turístico en el cual, iban de paseo los alumnos de la escuela, rumbo a la gran sabana. Una semana de ausentismo y Desiderio cuidaba  los infantes.

Yo sé que contar historias es aburrido, como la monotonía que está en todas partes vestida con sus faldas cortas lista para despedirse. También recuerdo que Neftalí dijo en uno de sus versos: “una cama vacía es el lugar más triste del mundo”.

El hombre pasó una estación aletargada de nostalgia. Su esposa igual de culturosa bonachona. Hasta que al fin, el macho Desiderio dijo tomar la mejor decisión en poner todos sus bienes, desde apartamentos hasta automóviles, a nombre de la querida Nebira. Y uno no sabe si la plaga se combate con la plaga, o el por qué ciertos asiáticos toman el orín. El hombre al fin abandonó el mundo empresarial, y se estableció en una lejana provincia donde el vicio y la cizaña era un orgullo visceral.

En la nueva ciudad, los taxistas se movían mejor que los twitter y el facebook cuando de información se trataba. Los niños al llegar de la escuela, repetían como cotorras lo que sus padres taxímetros vociferaban cuando llegaban ebrios, narrando cuanta barbarie recogían. Sonaba el éxito de una famosa bombera que apagaba las candelas a los taxistas.

Los sitiales de enseñanza, estaban dirigidos y manipulados por un clan de homosexuales, y Desiderio pensaba:- este es un buen sitio para invertir-. Y ya se había hecho agricultor, (agricultura y prostíbulo: estilos de la ruina)-.

Al fin se fue a tomar unas cervezas. Se sentía un hombre sabio, hasta de comentar, que era el hombre más afortunado con la hermosa hembra que se gastaba. Notó esos días, que uno de sus hijos, llegó una tarde algo alicaído y con cierta roseta en el cuello, semejante a los chupones que nos dejan ellas luego de masacres lujuriosas. Al año siguiente su hijo menor murió ahogado en una quebrada.


 Una noche, Desiderio arribaba a su estancia extenuado de la rutina. Oyó unos jadeos a lo largo del pacillo, susurros empañaban el lugar, crujían los cubiertos en la cocina, y al divisar, estaba un negro patizambo encaramado al fogón, cuyas gotas de sudor brillaban en su espalda. Las piernas abiertas de Nebira  hicieron salir en silencio a Desiderio de la casa.

Despechado con tan disolvente cuita, el pobre hombre echó el cuento en la taberna y uno que lo escuchaba sugirió el por qué no los había asesinado a ambos en la cocina.

El cual replicó:- no la maté porque estaba gozando-.


Benedetti tiene razón: - en todo idilio hay una boca que besa y otra que es besada.

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