LA NOCHE DE KRAUSSER



Cuando entró al baño, estaba una mujer vomitando. Su acompañante la tenía halada por las greñas. Después, el teniente Johanson Krausser, acudió a la  playa  por los alrededores del malecón de la Habana. En la fuente una mujer morena, de curvaturas anales griegas, se lavaba la cara. Se divisaba un tatuaje de rayas abstractas que bajaba por el final de su espalda sedienta. Sonaron unos gritos. Cuando Krausser se percató, estaba una patrulla de la policía, zarandeando a patadas a una mujer en el suelo. La sangre bullía sobre la puerta de la casa.

Había un niño gritando mientras paleaban a su madre. Nadie decía nada. Al cabo de unas horas, el niño merodeaba por la bahía. Su madre a ojos hinchados le agarraba la mano. Johanson decidió acercárseles para entablar amistad. La mujer al ver su porte de extranjero, rubicundo y con un español defectuoso, portador de una franelita con imagen mitológica, se abalanzo sobre él.   Amigo, se lo chuparía por esa cajetilla de cigarrillos.- ¡Y usted no quiere irse de la Habana!. Se enardecieron los ojos de la dama. Pero le dijo que ya estaba habituada a esa rutina. Porque el bloqueo es el diablo que no deja surgir a la isla. Musitó como en una oración y sin faltar esa típica tonada caribeña.

El hombre, de andanzas libertinas le echó un vistazo al niño. ¿Lo quieres para ti? –Dijo la hembra.- Aunque el rubio prefirió tirarse primero a la mujer. El niño presenció las letanías mórbidas que profería el sueco mientras embestía de reversa a su mami en la cocina.

El entuerto de ropas y flujos que goteaban del pubis de la moza, hizo caer en llanto al niño llamado Andrés. Pero el amarillento y libérrimo Krausser, más bien, conminó al chiquilín Andrés a que entrara en la parranda carnal. Todo bajo la promesa revolucionaria de darles unos cuantos dólares; haber pecuniario que sirviera de paga a un guajiro, con el propósito de construir una balsa formidable y así llegar a Miami.

El teniente de la armada Sueca, Johanson Krausser, andaba de paseo por Cuba en sus peripecias de casanova, era uno de esos análogos del género humano, que poco le importaba aparearse con una hembra al igual que con un macho. Meses después, aparece una crónica de un espantoso asesinato en Estocolmo, donde un hombre de la milicia, había matado a un niño a causa de psicotrópicos con fines de prestarlo a otros compinches depravados.   

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