Vidas Alternas







Quedé consternado al terminar la visita. Mi amigo Isidoro me pidió que le entregara  la  encomienda a su hija. Era una fétida cajuela. Solo opte por guardarla en el closet. ¡Qué tétrico es el asilo de huérfanos! Pobres  santurrones  olvidados. Me picaba el cuerpo esa mañana. Fui a la jefatura a dar mi declaración. Cuando el Juez me preguntaba  que  quien había dado la orden empecé a revolcarme por el suelo a pegar ladridos. El jolgorio estaba deslumbrante en el botiquín de la esquina al tanto que el Barcelona le propinaba una paliza al Madrid.

Pero cuando llegué a casa, vi a mi cuñado, campante con un pantalón de lino que me obsequió mi difunto abuelo. Enardecí como un león, me abalancé contra su antropomorfo esqueleto de reptil, le caí a golpes y luego lo destacé a puñaladas mientras canturreaba  daddy yankee. Lo saqué destripado como un colador para la calle, todos gritaban como en una caimanera romana. La suegra con ojos alucinados, vociferaba: - lo mataste como un perro;- es que fue el perro, no yo… Le dije, al son que la sangre chorreaba mi franelilla blanca. Fui casa de un amigo y le confesé todo.  Me dijo que no me preocupara que la muerte es un juguete incoloro librante del pesar.


Podía sacarme del fardo si le hacia un favor. Recuerda que estoy enchufao. Me decía. Solo tenia que llevar a la selva del Amazonas un camión repleto de cajas cuyo interior no se sabía lo que traían.

Me fue bien y cuando cumplí la misión me dieron unos cuantos dólares para otro encargo en la Habana. Cuando llegué  casa de mi madre,  ésta pego un grito de impresión por mi súbita presencia. –Hijo, mejor entrégate- dijo mi madre cabizbaja. ¡Nooo mi vieja, no te preocupes que tengo cobres verdecitos! Por la noche escuche sus rezos a sigilosos pasos en la puerta.  Me acosté pensando que tengo lo que a todos fascina.


Empleo y cobres norteños, la acomodaticia colectiva. Pensé, ¿Cuánta arena le queda al reloj? Al cabo que los periódicos goteaban  mi rostro en primera plana. Opte por rasparme el coco y dejarme unos bigotes. Parecía un skin head moderno. El padre necesitaba un monaguillo en la casa parroquial, y como la iglesia no estaba muy bien con el gobierno,  hable  claro al cura y me dio trabajo. Estuve dos semanas de faena en la casa del presbiterio San Rafael y en forma secreta.

Solo me pusieron a ordenar en un sistema automatizado el inventario de bienes raíces que estaban a nombre del curita. Rufino Miserol.


Recordé a Guzmán Blanco cuando le tendió un cerco a la casa sagrada y proscribió al clero con inventar una iglesia nacional independiente de los dictámenes de Roma. Esa tarde me acerque casa de mi madre a cenar. Cuando me percate era un verdoso plato de lentejas. Reventé de un puntapié el peorro plato de comidilla. Luego me revolqué en el suelo como peleando con un contrincante baboso. Más reconfortante es el  teatro. Me largue a ver el concierto de la Sinfónica. Se sentó una linda mujer a mi lado. Ojos verdes, cabellos lisos y piel de durazno. Cruzamos palabras,  precise femeniles ademanes que me dejaron perplejo.

    Nos reímos al unísono de impresión cuando tocaron una pieza de Mozart. Me ataco la angustia y empecé a lamerle los brazos y cara.  Ella reía a carcajadas. Pero se formó una trifulca al momento que entró un hombre afroamericano con  pistola en mano. Todos al suelo, y el negruno bembón encontró a su querida a beso limpio con otro varón que portaba una franela del Che. Puta… puuutaaaaa!!! 

En la turba odiosa se me perdió la mujer llamada María Virginia. Coñoelamadree, me dije. Jamás la encontré. Solo recuerdo cuando dijo: en el teatro libramos la angustia, pero sobre todo la soledad.  Y yo ya entendí que no estamos para soportar tanta realidad y que matar o morir por una idea no vale la pena. ¿Qué extraño que no recordara que en tiempos helenos la mujer era objetada para entrar al teatro? Hoy dan sentencias y  desaparecen.

  Me sentí melancólico esa noche. Vi una foto cuando estaba en el liceo. Perfilaba aquella imagen de muchacho famélico con esa típica mirada del inocente. Estaba con mis amigos del barrio “flor amarillo”. Me percate que “Agustín” había muerto victima del hampa común; “Sebastián” enfureció con su mujer, le prendió fuego y luego se pego un tiro; “Marcelo hizo malos negocios  con un funcionario del gobierno y amaneció muerto a orillas de un caño. Rompí la foto al instante de constatar cada biografía, el único que quedaba vivo era yo.  Al siguiente día fui al hospital psiquiátrico a llevarle comida a un amigo emigrante de la guerra.  Esa mañana flameaba por los aires un avión lanzando panfletos políticos con motivo a la campaña de otro más del montón de oportunistas. Mi amigo Javier me dijo: -

-¡Yo que tu, Anthony, me haría internar cuanto antes!
-¡Pero don Javier, yo no estoy loco!
-¡Sabes algo, me dijo! Mientras descansaba la barbilla en su codo.
-¡No se bombardea ni se allana, ni un asilo ni un sanatorio!
-¡La civilidad es más atacable que un manicomio! Para eso están los gobiernos.

Me retiré pensando en la disertación tan razonable del loco. Pasaron meses y decidí casarme con una mujer reservada y conservadora; aparentemente. Llevaba una vida normal y respetable como la ley de todos. De ves en cuando me picaba el cuerpo cuando me decía que iba a estudiar recursos humanos con sus amigas. Me enamoré locamente de Elena, aunque un día me regresé a buscar unos papeles y la encontré en el cuarto con el taxista que llevaba las niñas a la escuela.  La mandé desde el séptimo piso del edificio. El juez constató un continuo aspecto disociativo conductual y quedé absuelto de todos los cargos. Ahora solo me falta ser poeta.

  

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